Las noticias sobre la “felicidad” de los países lationamericanos son cada vez más frecuentes. Los múltiples rankings que ordenan a las naciones de las más felices a las más infelices, se publican con tanta periodicidad que dejaron de ser novedad. Además, los reportes de este tema cada vez tienen menos eco en el público general, o al menos, la gente no entiende de donde sale tanta felicidad.
En el 2015, el gobierno colombiano hizo públicos los resultados de su primera medición de “satisfacción con la vida”. En el 2017, se hizo una nueva medición y los resultados llevan a las mismas conclusiones: los colombianos están altamente satisfechos con su vida (8,5 en promedio, en una escala de 0 -10). Más satisfechos que los ciudadanos de países desarrollados con mejores condiciones de vida, menos crimen y corrupción. Ni en los países escandinavos se reportan niveles tan altos de satisfacción con la vida.
Los resultados no cayeron bien dentro de la opinión pública ni dentro de los medios de comunicación. Haciendo un balance de la reacción que generaron los resultados, me aventuro a clasificar las amplias críticas que recibieron las instituciones públicas por las “buenas noticias” que le daban al país en cuatro categorías: desconfianza, significado, despilfarro y desconocimiento.